Bajo el sol de Nazareno* (Presentación del Dossier Fotográfico Vol.9 Nº1)
Publicado: 02 May 2022
Bajo el sol de Nazareno*
Después de estudiar literatura latinoamericana, decidí dedicarme a la fotografía y, en especial, a proyectos de largo aliento como el maíz nativo mexicano, el Desierto Chihuahuense y los bosques de la Sierra Madre Occidental. Usé la fotografía para visibilizar injusticias, para alentar luchas importantes en defensa de la tierra y las culturas indígenas y para acercarme a la belleza en sus múltiples formas.
Realicé esta serie de imágenes durante la Semana Santa de 2011 cuando Michelle Ibaven y Sergio Blanco me invitaron a documentar su película, No hay lugar lejano (2012), sobre el impacto del turismo en la vida de esta comunidad rarámuri, ubicada en las Barrancas del Cobre en la Sierra Tarahumara.
Al igual que muchas comunidades indígenas, Mogótavo se encuentra en defensa de su territorio ancestral, debido al choque conceptual entre su cultura milenaria y la cultura dominante en relación a la tenencia de la tierra y frente a la ambición desmedida, unida con la corrupción que ha caracterizado a las instituciones encargadas de solucionar los problemas de conflictos de tierras. En los años sesenta, un mestizo voraz logró que la Secretaría de la Reforma Agraria le cediera títulos de algunos terrenos porque alegaba que éstos no tenían dueño, ni estaban habitados. Con ello empezó una expansión hotelera en la zona ahora conocida como el Divisadero de la Barranca del Cobre -joya del turismo chihuahuense-, en territorios habitados desde hace siglos por los rarámuris. Posteriormente, sus descendientes vendieron títulos de propiedad por 2.5 millones de dólares en donde la comunidad está asentada y se ubica el cementerio, la iglesia, una escuela federal y las casas de las familias que ahí viven.
Ahora la comunidad de Mogótavo está en una lucha legal, acusada de “despojo” por un senador del PRI que ambiciona su territorio, el cual tiene un gran valor turístico. Otras comunidades de la región han defendido sus tierras exitosamente con una variedad de estrategias legales y sociales.
Actualmente, los megaproyectos mineros y la tala del bosque se articulan con la delincuencia organizada y las corruptelas gubernamentales, generando un panorama no muy alentador para los habitantes ancestrales de la Sierra Madre Occidental. Aunado a impactos relacionados con el cambio climático, la fiebre especulativa sobre los recursos, el acceso a agua, la mano de obra esclavizada para la siembra de enervantes y los proyectos turísticos que privan a los pueblos de su espacio vital son factores que estimulan la migración a los centros urbanos y la consecuente erosión cultural. En estas circunstancias, la reproducción cultural cobra un papel de gran importancia porque reafirma y dignifica la identidad, fortalece la lengua y aglutina a los grupos en resistencia.
En la comunidad de Mogótavo, el pueblo rarámuri celebra la Semana Santa conforme a sus usos y costumbres y con el mismo sentido de agradecer y solicitar la lluvia para el ciclo agrícola que empieza, algo que comparten con otros pueblos cercanos.
El gobernador (walu silíame) visita a la gente para pedirles que reúnan lo necesario para la fiesta: agua, animales para la ofrenda y la comida, maíz y frijol, la elaboración de los adornos para los arcos de pino, la preparación del tesgüino -una bebida embriagante hecha de maíz dulce-, pintarse y danzar.
Todas estas actividades reafirman la unión de la comunidad y la capacidad de practicar sus ritos espirituales con lo que tienen, reflejando su sentido de abundancia al juntar los alimentos y de compartirlos entre las personas de la comunidad.
Claramente es un ritual sincrético. Los hombres se dividen en dos bandos para llevar una contienda entre el bien y el mal: los moros y los fariseos. Los fariseos meten el desorden y tratan de estorbar a las mujeres que llevan las figuras religiosas por un trayecto que termina en la iglesia, mientras que los moros representan las fuerzas del bien. Entre los dos, se mantiene el equilibrio. La figura del Judas, que se quema al final junto con las armas de los fariseos, es el mal. En este caso, el Judas es el chabochi (hombre blanco) que les robó las tierras, un crimen que perdura en la memoria colectiva. Hay otros lugares donde los fariseos andan armados con réplicas de AK47 y el Judas personifica otros personajes amenazantes para el pueblo.
Una vez terminada la ceremonia que representa la lucha cósmica, se procede a la celebración: una convivencia tradicionalmente alimentada por el tesgüino y la carne de animales sacrificados de manera ritual ante Onorúame (Dios Padre y Madre). En resumen, es la fiesta que se lleva a cabo en la lengua originaria permitiendo, así, la comunicación intergeneracional de conocimientos importantes para la supervivencia cultural.
David Lauer
Fotógrafo independiente
*Nazareno fue el capitán de los fariseos en esta ocasión, el que sabía muchas cosas de su comunidad y que las comunicaba con los jóvenes a través del nawésare, una forma discursiva particular a la cultura rarámuri. A pesar de ser manco, él sabía cómo cortar el sotol y luego tejer las flores que adornan el arco para la Semana Santa, algo que comparten varias de las culturas originarias del estado de Chihuahua. Sus flores son como soles y yo pasé varios días bajo el sol de Nazareno.