La Crónica en México, desde la de Indias hasta la de mediados del siglo XIX, desde la del Modernismo hasta la del siglo veinte, repite y reitera dos mismos temas centrales: desde el punto de vista de lo que recoge (del “eje principal de significado que organiza los elementos del texto”, como dice Yvette Jiménez de Báez), relata a la gente y al paisaje en el que se mueve. Allí están las personas que van por calles y plazas, mercados y centros comerciales, iglesias y cafés, antros y estadios, ceremonias y fiestas, protestas y manifestaciones; la gente que se afana en sus quehaceres y en sus placeres y sufrires. Y allí están los paisajes y entornos de ese elemento humano: los pueblos y ciudades y de manera muy principal la capital del país con sus “percepciones y saberes fragmentados”, como escribe Néstor García Canclini.