Mucho se ha escrito sobre el compromiso de Pedro Lemebel por la justicia social en un país extremadamente conservador y católico como Chile, de sus orígenes pobres en el Zanjón de la Aguada, de su militancia política y de su acérrima defensa de los marginados, sobre todo la población gay, comunidad de la que era parte. No es secreto que vivió en carne propia los momentos más aciagos en la reciente historia de su país y que criticó tanto a los responsables de la dictadura militar como a la sociedad conservadora chilena. No escatimó tampoco en combatir al neoliberalismo, ensayado durante la dictadura y —para su decepción—, desarrollado desenfrenadamente con la vuelta a la democracia cuando el “tanto tienes, tanto vales” . . . “fue nublando el sol pendejo de la recién encielada libertad”, como bien lo sintetizaría Lemebel en su crónica “La Loca del Pino” (64). Y fiel a sus principios, se rebeló con similar determinación contra una izquierda que “trans[ó] su culo lacio / en el Parlamento” (“Manifiesto” 38).